Si estuvieras en un salón donde escucharas varias conversaciones ¿a cuál grupo te acercarías? ¿con quienes hablan de la misma serie televisiva que te gusta? ¿con quienes discuten la película que acabas de ver y eres fan? ¿con quienes parece que comparten las mismas preocupaciones políticas que tú?
Todo el tiempo estamos eligiendo personas afines a nosotras, con temas en común y formas de ver la vida similares a la nuestra. Llevándonos sorpresas gratas y otras no tanto cuándo finalmente nos damos la oportunidad de conocer mejor a una persona.
También seguramente te ha pasado algo como esto. Estás plácidamente conversando con un grupo de personas, en donde teoría te sientes muy agusto, y de repente alguien suelta un comentario que te hace erizar la piel. Un punto de vista opuesto al tuyo que afecta totalmente tu forma de ver la vida. Que te agrede a ti, que agrede a alguien que amas, estimas y forma parte cercana de tu vida.
¿Qué hiciste en ese caso? ¿Alzaste la voz? ¿Te quedaste callada? ¿Te alejaste de la persona? ¿Le criticaste a sus espaldas por dicha opinión? ¿Se abrió una conversación cordial para discutir puntos de vista?
Esta vivencia nos pasa cotidianamente a las personas bisexuales, gays, lesbianas, trans, pansexuales, no binarias y demás continuamente. Desde la primera vez que salimos del clóset ante una persona, hasta hoy, mañana y todos los días. Cuando decidimos compartir algo de nuestra vida personal que nos revela como alguien “diferente” al estándar social. Nuestra conformación familiar, las atracciones físicas que experimentamos, los temas que nos preocupan y atañen, nuestras experiencias del fin de semana pasado, nuestros planes vacacionales, la forma en la que decidimos vestirnos, los manerismos que usamos al hablar, nuestras preocupaciones de salud, etc.
Es un hecho, decidimos compartirlas con las personas a las que les tenemos confianza, con quien esperamos no nos juzguen, pero sí nos apoyen. Con quienes consideramos que hay un vínculo de cariño, amistad y sobre todo de respeto y aceptación.
Estas personas para nosotras y nosotros, son nuestra “zona segura”, sabemos que ahí en confianza podemos relajarnos y bajar la guardia. Podemos compartir cosas de nuestra vida personal y no tener que cambiar algo de nuestra cotidianeidad que nos hace “diferentes”.
Lo mismo pasa en las oficinas y en los espacios laborales. Como bien sabemos, finalmente somos nosotras las personas, quienes hacemos la diaria convivencia un mejor espacio y algo más agradable al departir unas con otros.
Cuando sabes que cierta persona habla el mismo lenguaje que tú, es con quien te puedes acercar y conversar. Se crean estos vínculos emocionales que permiten que como personas nos desarrollemos.
Cada vez que tengo la oportunidad de dar un taller o conferencia en una empresa relacionado a temas de diversidad e inclusión LGBT, veo las caras de sorpresa de las personas que atienden. Desde el cuchicheo de “mira quien sí vino”, al “qué mal que fulanita no está aquí, porque le serviría mucho”. Cuando se abren las preguntas y respuestas, ver los nervios de las personas al tomar el micrófono, escuchar confesiones, ver lágrimas de historias personales compartidas en público en la oficina. Hasta la tensión cuando se externa una forma de ver las cosas de manera diferente y que las compañeras y compañeros miran con incredulidad a quien toma la voz.
Decretar una «zona segura» dentro de una empresa, es un tanto aventurado si no está sustentado por las correctas políticas y procedimientos de no discriminación. Que se vuelvan una práctica cotidiana con planes y acciones específicas donde la institución verbalice y visibilice las acciones que soporten dicha forma y guía de actuar que quieren para su empresa y entre sus colaboradores.
Hay que saber poner en marcha una correcta mezcla de comunicación interna, capacitación continua, visibilidad temática y accionar grupos colaborativos que se vuelvan un brazo ejecutor de estos programas.
Un decreto no es válido si no se sustenta por la cotidianeidad. Es lo mismo que cuando hablamos de ser un “aliado” a ser solamente una persona “amigable”. La constancia, el empoderamiento y la preparación constante son la diferencia. Un programa interno de «Zona Segura», está basado en generar conocimiento, herramientas y visibilidad a personas que están dispuestas a ser esto, ese espacio de confianza, información y acompañamiento. Un paso más allá de ser una aliada o un aliado.
Nuevamente el inicio del cambio está en cada una de nosotras y nosotros. No temer a hablar a favor de la diversidad sexual. Externalizar las historias de vida que tenemos por ese alguien que conocemos en primer término que sí es lesbiana o gay, quizás bisexual o trans sin estereotipos y sin juicios. Es ahí donde efectivamente, aquella otra persona que escuche nuestra forma de pensar y nos vea congruentes con el tema, quien quizás se acerque para decirte: “yo también”, “a mi también”. Así juntas y juntos puedan provocar un real cambio alrededor suyo, una persona a la vez.
Inclusión laboral y diversidad sexual
Francisco Robledo
ADIL Diversidad e Inclusión Laboral – Socio Fundador
@pacorobledo / francisco@adilmexico.com
Publicado originalmente junio 2018 – actualizado junio 2022