¿Y qué si la familia con que jura la publicidad que voy a compartir y convivir no es la que me quiere o quiero?
En estos días que la historia nos está dando una lección de cambios de paradigmas y nos obliga a estar, a los que podemos, aislados del resto de la sociedad, alejado del trabajo y círculos sociales cotidianos, hemos pasado muchísimo más tiempo en redes sociales y atascándonos de información en internet como nunca antes.
Internet como refugio para estar conectados con las personas que sí queremos estar en contacto. Viajando a espacios donde quisiéramos estar y sobre todo, con personas que sí me entienden o comparten situaciones de vida como las mías.
Veo que las marcas han hecho cambios urgentes en sus estrategias de comunicación y han puesto a trabajar a marchas forzadas a sus agencias de publicidad. Y descubro con pena que los nuevos mensajes a los que nos estamos enfrentando, muchos caen en estereotipos románticos y conservadores de familia tradicional.
Me llama la atención que el camino más fácil donde caen es en el mundo rosa y utópico que todos tenemos con quien convivir en el espacio llamado hogar. En este país se han identificado al menos 11 tipos de familias diferentes, desde la unipersonal (donde yo me incluyo), pasando la de roommates, hasta llegar a la de padres de familia, otros familiares, hijos con parejas y hasta mascotas bajo el mismo techo. Parejas con o son hijos menores de edad, adolescentes o provenientes de diferentes matrimonios. Y sin olvidar a las parejas en edad madura con el nido vacío, entre otras.
Y si esas personas con las que tengo que convivir ¿no saben si quiera de mi verdadera orientación sexual? ¿no aceptan mi forma de expresar mi género? ¿No me aceptan y vivo violencia al interior de ese núcleo social?
Estas campañas de publicidad y comunicación realmente le están hablando solo a menos del 50% de las familias: las que tienen hijos menores de edad o adolescentes del mismo padre y madre. Y aún aquí dudo mucho que haya una plena libertad de identidad y aceptación entre nosotros. Es una gran oportunidad, por supuesto que sí, de conocernos y convivir en aceptación y sin violencia.
Pero si no, ¿a dónde iremos a parar las personas LGBT+ que no queremos estar en esos espacios? Huir al menos a través del internet es la primer opción, y es ahí donde realmente se están comenzando a vivir y respirar las diferentes “comunidades”, hoy integradas por personas de todos los rincones del país o del mundo.
Ojalá las personas responsables de esta creatividad detrás de las marcas nos hablaran directamente para acercarnos y no sentir que nada más nos compran.
Ojalá nos hubieran dado tiempo de elegir y prepararnos con quién pasar estos tiempos de encierro, en espacios seguros para todos y todas.
Ojalá aprendamos y construyamos a partir de nuestras experiencias personales a transformar en un mundo social más incluyente y menos individualista al cabo de estos meses.
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Francisco Robledo – francisco@adilmexico.com